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Borges (y el Aleph, claro) (página 2)



Partes: 1, 2

Parece ser que Borges se
había opuesto a la presencia de Mujica Láinez, a
tenor de recientes manifestaciones de índole sexual de
éste, que no comulgaban con el espíritu un tanto
victoriano del irónico autor. "El Aleph es cosa
seria-
habría dicho Borges en la reunión -;
el Daneri ése resultó un ser de proyección
diabólica que terminó por arrastrar a la pobre
Beatriz a una situación mental sin retorno. Creo que su
muerte estuvo
relacionada directamente con las reiteradas visiones del aleph, a
las cuáles la sometía Carlos Argentino. Confieso
que al principio yo había tomado la cosa con cierta
liviandad, pero cuándo ausculté aquella ventanilla
de proyecciones metafísicas, tuve la impresión que
el alfa y la omega de Chardin, estaba lejos de ser una simple
especulación de carácter religioso- filosófico.
Más allá de las especulaciones mentales a
propósito de mis visiones, quedé fascinado – en
realidad, diría impresionado -, por la presencia
repentina  en la pantalla, de un hombre que
no era un hombre; lo recuerdo aún: un ser
con  ojos de color amarillento
atizado por fulgores del propio sol. No saben amigos…:
este desconocido brillo, encegueció durante largos minutos
mi propia visión, aún después de retirar
mí vista del arcano aleph. Fue percibir aquella
visión dantesca y remitirme al preciso momento en
que  la mujer de Lot
fuera convertida en sal por obra del gran resplandor citado en el
antiguo
testamento. Cuándo me habló aquel ente,
sentí  -literalmente hablando – que su voz, 
eran las voces de
millones de individuos sometidas a la impronta de una sola voz.
Pues bien, el Borges irónico; vuestro Borges mordaz que
estúpidamente cree ser ajeno a la suma de las
preocupaciones humanas, tuvo miedo, atacado de pronto por un
terror sobrenatural. Ya saben que la flema de mi madre no da para
la contención de arrebatos emocionales así que
debí buscar refugio en Norah… No quise más. Le
dije a Daneri que se hacía imprescindible desprenderse de
semejante artilugio  antes de que éste acabara
amenazando nuestra integridad espiritual".

Martínez Irurtia apunta luego que el caso fue 
vivamente comentado entre todos los intelectuales
presentes, y se dice que la visión destellante a la que se
refiriera Borges, terminó por llevarlo lentamente a la
ceguera.

Recordé el hecho después de la vivísima
impresión que sufrí cuándo miré a los
ojos del hombre de las cajas; mirada de una carga atávica
demoledora.  

Intenté evitar el primer contacto visual, girando mis
brazos delante de su aflautado rostro, pero él
continuó su morosa levitación, mientras las cajas
remontaban vuelo impulsadas por una incipiente brisa.

Así fuimos dejando atrás diferentes cotos
geográficos. Por momentos, sintiendo que mis pies
rebotaban en el piso en forma suave y silenciosa, y en otros,
deslizándome en el aire, como
empujado por una arcana fuerza en la
que ni siquiera me atrevía a pensar (un hecho por
demás significativo que merece ser acotado, es que,
mientras discurríamos a través de calles y
avenidas, nadie reparaba en nuestra presencia, cómo si
nosotros – por algún hecho que yo no podía
precisar- resultáramos invisibles para el resto de los
mortales).

Así fue que  me vi  transitando por el
corazón
mismo de la City porteña, en medio de las imponentes
fachadas de los grandes Bancos. Luego
giramos en torno a la Casa
de Gobierno y de
pronto – como en medio de una exhalación – sentí
que era arrastrado por el desconocido hasta uno de los pasillos
semi-circulares del Paraíso del Teatro
Colón, en el preciso instante que la Filarmónica
-bajo la batuta de Pedro Ignacio Calderón- arrancaba con
el Allegro ma non troppo, un poco maestoso, de la Novena
Sinfonía de Beethoven.

En las altas gradas del teatro, detrás del misterioso
sujeto, disparé esperanzado:

-Lo vengo siguiendo porque estoy sumamente intrigado por esas
cajas que usted lleva…

Se dio vuelta repentinamente y yo cerré los ojos de
manera instintiva, mientras un  siseo sutil se
desprendía de su boca…

Retrocedí, sentándome en el piso, justo en el
momento que las notas del pentagrama se habían filtrado
en  cada una de los millares de neuronas creadas para vibrar
con la música; poco a poco,
traté de sumergirme en la sublimación de sus
sonidos.

No me fue posible (primera vez que me sucedía con la
música de Beethoven); por un acto reflejo
abrí los párpados en el preciso momento en que el
desconocido, -apoyado en la baranda del paraíso-,
comenzó a abrir cada una de las cajas, con un
imperceptible movimiento de
sus manos.

Luego vi como exponía sus palmas en dirección al escenario, permaneciendo de
pie durante la ejecución de la obra.

Por algún extraño hechizo, aquella criatura – se
me antojó singular simbiosis entre uno de los esperpentos
de Valle Inclán, y alguna perturbadora criatura de
Asimov
desafiaba las aristas de mi propio asombro.

Cuándo la batuta de Calderón puso el cierre a la
alquimia musical de las maderas y los metales, el
hombre de las cajas bajó los brazos y como animadas por un
mágico sortilegio, las tapas traslúcidas,
comenzaron a cerrarse lentamente. Todas, menos la correspondiente
a "El alma de la
música".

El hombre la había descolgado de su cuello,
moviéndola a diestro y siniestro, y de arriba hacia abajo,
en un vaivén que tenía mucho de mágico. No
pude dejar de pensar que estaba tratando de capturar los ecos
finales que aún danzaban en los espacios físicos de
la sala

Mientras los últimos rumores de los espectadores se
perdían en los pasillos y las galerías del teatro,
el hombre
continuaba hendiendo el aire con la caja.

Yo permanecía de pie, como una absurda estatua sin
pedestal, divorciado de toda acción
motora del cerebro.

El río de voces de la multitud cedió de pronto.
A través de las puertas y las paredes del gran Coliseo,
ascendían hasta el Paraíso, los decibeles vocales
aislados y dispersos del personal de
maestranza.

Durante algunos momentos, temí que alguno de los
acomodadores irrumpiera por la puerta y nos obligara a abandonar
el palco de los pobres y los exquisitos;
aprehensión que al fin cedió, cuándo –
después de apagadas las luces del escenario y de la sala –
pude respirar aliviado (sólo permanecían encendidas
dos tenues lámparas en los vértices contiguos de
los palcos bajos).

Sin saber por qué, sentía que mi
espíritu se llenaba de una imperceptible pátina de
armoniosa conjunción, como si vísceras, cerebro y
alma, se hubieran aunado en un nirvana emocional de todo el
ser.

Repentinamente, el hombre de las cajas se dio vuelta y un
extraño cosquilleo pareció brotar desde las
plantas de mis
pies. Momento en el cual escuché que una voz me
inducía a mirarlo sin temor.

Efectivamente, al liberar los  párpados, los ojos
del hombre de las cajas habían adquirido un tono azul
violáceo que parecían emanar efluvios de
contención emocional.

Se había acercado a mí, mientras se quitaba las
indescriptibles correas de su cuello.

Luego se sentó sobre el piso, con las manos laxas
apoyadas sobre sus muslos, en búdica postura.

Me di cuenta que no había respondido aún a su
acotación, y es que el registro de su
voz no parecía humano. Yo sentía vibrar cada
segmento aislado de sus  palabras, con una arcana y a la vez
excelsa resonancia.

-Me siento fascinado- me oí decir como un troglodita
del lenguaje.

-Lo sé…

-¿Lo sabe…?

-Lo sé. Por eso te he elegido.

-¿Elegido…? No entiendo…

-Verás…; yo pertenezco a una legión de
servidores del
Gran Ordenador Universal; nuestra morada está en las
antípodas del mundo de los humanos-el
hombre de las cajas captó mis dudas-. Aunque me veas
similar a ti, sólo en apariencia parezco humano. él
nos concede el privilegio de la
metamorfosis para adaptar nuestras formas a las
circunstancias.

-¿Dios…?

Una sutil sonrisa se dibujó en aquel rostro de
pergamino.

-No, no; no vuestro Dios. Vuestro Dios no es más que un
resorte en el  complejo cósmico del Gran Ordenador.
Con un papel importante, cierto es, pero circunscrito  a una
concepción del espacio tiempo muy
limitada. Para vosotros, de alcance infinito, claro…

Cerré los ojos durante unos segundos, diciéndome
que aquello  era producto de un
loco sueño.

 Me encontraba en una de las gradas del Colón, a
solas con un ente de insospechados poderes, cuyas palabras
abrían zanjas en mi cerebro, amenazando volar en
pedazos  a  la mismísima catedral de mis
pensamientos.

Sonaba como un absurdo y gigantesco equívoco, y sin
embargo, no pude menos que sentirme insignificante frente a tan
prodigiosa manifestación.

Repentinamente, me di cuenta que había comenzado a
sentir un temor nuevo y diferente; algo jamás
experimentado. Mi mente pareció estallar en el preciso
instante que aquel ente pronunciaba la palabra él
-refiriéndose a ese Ordenador Universal al que hiciera
referencia-, con un registro sobrecogedor y deshumanizado,
procesado por mis neuronas a modo de miedo ancestral; más
aún: como si todos los miedos de la raza se
hubieren fundido en un solo miedo.

Yo sentía que algo se deslizaba por mi cuerpo de manera
pegajosa, un poder ominoso
e inasible  que parecía sellar cada uno de los poros
de mi piel

¿Quién era ese hombre que se
reconocía a sí mismo como no humano?
¿Qué clase de
oscuros conjuros manejaba?

Pareció leer mi mente (estoy seguro que
captaba mis pensamientos más recónditos)
cuándo habló nuevamente:

-No debes temerme, humano. Sé que en vuestra
conformación electroquímica,  el temor a lo
desconocido hace secretar las partículas químicas a
las que llamáis miedo.

No sé cómo ni por qué, pero me
animé con la pregunta:

-¿Así que nuestro Dios, al cual llamamos
creador, no es el gran arquitecto universal?

Mientras su mirada cambiaba del violáceo al azul
prusia, el sujeto soltó una risa por demás
extraña, y yo tuve la impresión que un dejo de
lástima se había instalado en su romboide
rostro.

-No, no; vuestro dios -como ya os dije-, es uno de los
tantos dioses que componen el espectro universal. El gran
ordenador es una especie de usina forjadora de incontables
dioses, a los cuales – como entidad suprema- les asigna
determinado papel. Tu dios maneja el plano tridimensional de la
creación, aquello que conforma ese mundo visible e
invisible de galaxias surgido a partir de lo que vuestros
científicos denominan el big-bang. Pero por encima de ese
universo
-sólo  asumido por la raza humana-, existen
incontables escalas de vida, extrapoladas en planos de
dimensiones diferentes-pareció meditar un momento antes de
proseguir-. Voy a tratar de daros un ejemplo: el átomo -ya
lo sabéis- es el núcleo básico de la
materia; estoy
al tanto de los avances de vuestra raza respecto al estudio de
las infinitesimales partículas derivadas del
mismo, y aún os esperan descubrimientos asombrosos sobre
la antimateria. Ahora bien: sabiendo que los átomos
representan la porción primigenia de la materia,
ahí tienes en escala
microscópica, el ordenamiento, el génesis de
toda  la creación. Luego se halla un sistema
planetario con sus elipsis respectivas y a continuación,
cada una de las galaxias  conteniendo miles de millones de
soles con sus correspondientes sistemas
planetarios, en una  conjunción a su vez de millones
de galaxias que también orbitan en coordenadas prefijadas
milimétricamente. Pues bien, este fantástico
universo, cuyo mentor y capataz es tu dios-por decirlo de una
manera clara- no es más que un guisante en un
océano de eternidad de espacio tiempo donde palpitan
infinidad de universos más gigantescos que él
vuestro, y dentro de  planos secuenciales de diferentes
dimensiones. Parece complejo pero no lo es. Dime algo…

Pasmado. Lo pensé pero no lo dije. Pero me
sorprendí de escucharme decir:

-No me asombra tu descripción del universo. Ciertamente no
confronta con el que Dios nos cuenta en…

-¿La Biblia?

-Exactamente. Dios no habla de límites
prefijados; ni siquiera de finitud.

-¿Entonces?

-Que yo creo que…

-Dilo. Ya sé  qué piensas al
respecto; pero dilo tú.

-Yo soy pastor evangélico…

-Disidente…

-Bueno…

-Disidente no asumido.

El sonido, puro
nervio  de mi risa, rebotó en el ceñido
silencio del teatro.

-Es cierto que tengo algunas facturas pendientes, pero yo creo
que el señor me está poniendo a prueba a
través de tu presencia…

-Continúa.

-Hablo de Satanás…

-¿El diablo? ¿El ángel caído?
¿El gran demonio…?

-Así es…

-¿O sea, que tú crees que yo soy un enviado del
opuesto de tu dios para minar tu fe?

-Yo no soy un pastor en el sentido religioso de la palabra. No
me valgo de mi Dios para confirmar mi fe. Me valgo de mi fe para
confirmarme en Dios. Pero no sé a que se refiere usted
cuándo habla de los opuestos…

-Tú debieras saberlo como pastor, porque tu culto es
protestante. La naturaleza de
las cosas impone los opuestos como fenomenología  de la creación.
El problema del culto a vuestro dios forma parte de las
contradicciones del alma humana: demasiados doctores de la
fe para interpretar el mensaje de la divinidad. Sabemos que los
opuestos han condicionado la propia esencia de la
creación, en parte prescindiendo del hombre y en parte
utilizando a éste como meridiano: Materia,
antimateria.  Luz y tinieblas.
Noche y día. Carne y espíritu. Belleza y fealdad.
Paz y guerra.
Armonía y violencia
Amor y odio.
Puedo seguir durante horas… Estas contradicciones marcan la
esencia de la vida misma. Y ni siquiera dios – hablo por supuesto
de tu dios – ha podido sustraerse a este sino
dónde los opuestos son retro- alimentados entre sí.
Por lo tanto, tu dios ha sido víctima de esta impronta a
través de Satanás. Y ya se sabe  de
sobra  que ambos se disputan el dominio del alma
humana, haciendo del hombre la víctima propicia y
excluyente de  esta despiadada cacería. Resumiendo:
esta ambivalencia, esta dualidad de los opuestos, también
ha terminado por esclavizar al corazón humano – durante
unos segundos me miró con sus ojos de color cambiante y
luego agregó –: ¿Y que te hace creer que yo
podría ser un enviado de Satanás?

-Porque el cola – yo digo cola al diablo- se
vale de todo tipo de artimañas para socavar la fe en
Cristo.

Otra vez la sonrisa burlona haciendo un rictus apenas visible
en sus labios.

-Para vuestra desilusión, debo deciros que esta
apreciación sobre Satanás es tardía. El
diablo ya está con vosotros. Y vino precisamente a hacer
honor a la semántica de su nombre:
diábolo, igual a separar y desgarrar. Tú que hablas
de la fe en cristo, yo debo decirte que cristo es la
máxima figura diabólica.

-¿Cómo puede decir semejante blasfemia?

-¿Blasfemia…? Escucha esto: "si alguien viene a
mí y no odia a su padre y a su madre, a su esposa y a sus
hijos, a sus hermanos y hermanos- sí, incluso su propia
vida -, no puede ser mi discípulo".
Lucas 14: 26.
Basándonos en esta declaración de principios,
términos, como armonía, bien común, justicia y
paz, poco tienen que ver con la misma.  Y como hijo
excluyente del creador,  vuestro dios-o sea, el opuesto – no
persigue más fin que el dominio y la sujeción
incondicional de todos los creyentes.

-Pero…como te llames. Eso es inaudito. Ofrendó su
sangre para
redimirnos del pecado.

La risotada de la entidad,  parecía abrirse
paso en el interior de las paredes.

-¡Ese es el dogma perverso! Pon atención:
el concepto de
existencia, se asienta filosóficamente sobre el rito de la
sangre. Toda la vida ha sido concebida para matar. Y aquellos que
no participan de esta concepción-hablo de la inocencia de
los herbívoros-, han sido creados para satisfacer y
fagocitar la ferocidad de sus predadores. Obviamente, el dios que
os ha sido dado, se ha ungido en el predador por excelencia,
desde el momento de hacer de su propio hijo, la víctima
excluyente. Recuerda: seres concebidos para
matar
.

Sobrevino un particular silencio, que yo atribuí a una
respuesta de mi parte que no supe ni pude elaborar. Pero
aún había más.

-Tú sabes muy bien, que desde que el hombre
comenzó a llevar registros
escritos de sus acciones, las
ofrendas de
sangre han sido particularmente destacadas como pacto de
comunión con tu dios. Primitivismo indigno en un dios
impecable. La inmanencia del bien fue trastocada por una
acción tenebrosa, propia de los ángeles
caídos. Por eso todos ya habéis sido tomados por la
entidad maligna. No tenéis más que sentaros frente
a esas pantallas hogareñas que entronizan la estupidez
humana, para daros cuenta que la decadencia del espíritu
es harto manifiesta; que la autodestrucción de la
raza es un hecho irreversible. La compasión ha muerto, y
la misericordia – como último baluarte del espíritu
administrado por vuestro dios – pronto saltará en pedazos
aún entre aquellos que se sirven desesperadamente de la
fe. ¡Ah! Pobre Jesús…

-¿Pobre…? No entiendo…

-Será el principal testigo en el juicio a su padre, al
cual – entre otras cosas- acusarán de filicidio. Para el
gran ordenador, eso de instrumentar la salvación del alma
por medio de la inmolación del propio hijo, resulta una
aberración total. ¡Cordero de dios que quitas los
pecados del mundo!
¡Sangre para lavar los pecados de
los hombres! Absurdo. Absurdo. Confusión mental
lamentable. ¿Pero qué clase de padre es aquel que
no es capaz de perdonar una falta de su hijo? ¡El hombre no
vino al mundo por un acto volitivo! ¡Si tu dios le dio al
hombre potestad sobre sus propios actos, es ese mismo dios quien
debió  haber asumido las consecuencias de
tamaña responsabilidad!

Se mostraba colérico. Su enjuto e inasible
cuerpo vibraba  produciendo ruidos que yo jamás
había escuchado.

Sentía que la realidad de esos momentos
comenzaba a sobrepasar mi capacidad de comprensión.

Escindido, quebrado de la otra realidad de las cosas
cotidianas, por momentos tenía la impresión de que
mis pasadas contradicciones, se corporizaban a través de
las contundentes expresiones de aquel ente.

 En esos momentos, alzó su mano derecha y un rayo
de luz blanquísimo hendió el aire como una estrella
fugaz. Al instante, todo su cuerpo se volvió azul y una
conmovedora paz pareció llenar todos los espacios
físicos posibles; repentinamente, sentí que
una pátina de éxtasis,  se deslizaba en medio
de mis músculos, a modo de armonía
indescriptible.

-¿Un juicio a Dios con Jesucristo como testigo de
cargo? – pregunté, sin dar crédito
a mi propia pregunta.

-¿Quieres saber concretamente, cuáles son las
acusaciones que pesan sobre vuestro dios? Son muchas. Para
decirlo en términos religiosos, un rosario de cargos. Pero
se condensan en dos pecados capitales: abuso de poder y
arrogancia.

Azul dejó su búdica postura y se
tendió en el aire con las manos sobre la nuca, mientras
las cajas permanecían en desorden sobre el piso.

Cada tanto, movía sus manos para capturar algunos de
los compases de la novena, que vibraban en su
majestuosidad sonora, a través de intrincadas e invisibles
bandas del éter. Luego cerraba sus palmas, arrojando las
notas musicales: -blancas,  negras, corcheas y
semicorcheas -, dentro de la caja.

A esta altura de la charla, yo estaba seguro que aquel
seductor perturbador de los sentidos con
formas humanas, no podía ser más que un enviado de
Satanás, con el fin de poner a prueba la integridad de mi
propia fe. Por eso había decidido seguirle la
corriente, aún a riesgo cierto de
saber que él leía y descifraba todos mis
pensamientos.

-No lo tome usted a mal, pero me resulta temerario eso de
acusar a Dios de soberbio y arrogante.

-Y es entendible tu postura. Tu dios se ha valido siempre del
temor  para sojuzgar a sus acólitos.

-Pero…

-Aguarda. Cuándo el Gran Ordenador ungió a tu
dios, le encomendó una misión
nueva y revolucionaria: la creación de un ser
original, compuesto de materia y espíritu, es decir,
cuerpo y alma. Un ser vivo dotado de un prodigioso cerebro que
aún no ha aprendido a utilizar. Un ser que debería
desarrollarse y evolucionar rodeado de otros seres vivos animados
e inanimados que habrían de servir a sus fines superiores.
Eso sí, el Gran Ordenador le advirtió a tu dios que
no le cedería  ninguno de los cotos de nuestro
universo poli-dimensional. Por lo tanto, quedaba limitado a
generar su propio universo dentro de la escala primitiva de los
mundos tridimensionales. Aceptó tu dios-por otra parte no
tenía otra opción. Y después de divagar a
través de los infinitos corredores del espacio- tiempo, se
presentó ante la Suprema Deidad y le dijo que ya estaba
preparado para llevar adelante el proyecto; que a
la nueva criatura imaginada, al arquetipo de la especie nueva, le
había bautizado hombre. Dijo tu dios que el hombre
sería la envidia de todo ente pensante. Como ves, desde el
inicio, tu creador comenzó a mostrar la hilacha con ese
asunto de la soberbia.

.Aún con mis pensamientos expuestos
impúdicamente, me atreví a comentar, no sin cierta
ironía:

-Fenomenal tarea si la hay…

-Aún para un dios. Mientras su universo se conformaba
en medio de grandiosas demostraciones de la energía en
movimiento, el hábitat
que había elegido para el hombre era motivo de una
especial atención de su parte. Nosotros sabemos que
se tomó largo tiempo para elaborar al hombre. Primero
experimentó con toscas y primitivas formas de
vida-execrables diría yo-, buscando recrear la
escenografía más adecuada; ya sabes:
montes, desiertos, bosques, selvas, ríos, océanos y
montañas. Diversidad de climas y  un sistema
planetario para sustentar los principios gravitatorios de ese
mundo. Mientras tanto, fueron surgiendo, en una
sucesión  de hechos, otras formas de vida, con una
serie de aristas majestuosas. Especies, claro, al servicio 
de quien habría de ungir como rey indiscutido de su
creación.

Esto lo comparto plenamente.

-Lo sé. Tu dios tuvo a buen recaudo dar a conocer su
concepción a través de ese libro al que
llamáis Biblia, en algunos casos, libro apócrifo
por obra de mediocres intérpretes.

-Así es.

-El caso es que mucho antes de vuestro advenimiento, algo
comenzó a salir mal. Con la creación pasa lo mismo
que con las palabras: si uno no las controla, se termina
por hacer menos efectivo el discurso.

-No entiendo.

-Pasó que en algún momento, tanta
profusión de vida intercalada sin ton ni son,
contribuyó a desquiciar el proyecto original. Ya sabes que
tu dios se había comprometido ante el Gran Ordenador, a
crear la más excelsa de las criaturas vivientes. Anatomía de formas
que rozan la perfección; cerebro con un potencial
de enorme riqueza de inventiva y expresión
artística, y, como regalo adicional, dotarlo de un alma
como elemento de intangibilidad sublime, canal de comunión
entre creador y creado. Semejante criatura, no podría
siquiera rozar con la sombra del mal. Sin embargo, mucho antes de
Adán, éste ya amenazaba germinar en un mundo
infecto, en el cual, la destrucción y  el crimen, se
desarrollaban como sinos excluyentes de la existencia misma. Veo
tu expresión de sorpresa. Verás, para sobrevivir,
cada rama animal tenía su presa asignada, y a la vez,
ésta era presa de otra; un mecanismo perverso de
vida absolutamente innecesario y gratuito. Diría
particularmente perverso.¡Y no vengáis a decirme lo
que dicen vuestros etólogos: que eso se hace en el
nombre de los sagrados intereses del equilibrio de
la vida…!

A punto de hacerle una pregunta, un gesto de él me
detuvo: Azul había  vuelto a
capturar los compases sinfónicos, sólo que en esta
oportunidad, a manera de enorme holograma, músicos y
cantantes se desplegaban en derredor nuestro,
confiriéndole a la partitura beethoveniana, una
solemne escenografía.

 Mientras la masa coral, solistas y orquesta  giraba
en torno a nosotros, de arriba hacia abajo y viceversa, los
versos de Schiller circulaban por las invisibles aristas del
recinto, en medio de una estremecedora belleza.

 Me pregunté  que portentoso poder
tenía Azul para lograr semejante magia desplegada
ante mis ojos. Lo ignoraba. Sólo una cosa tenía en
claro: Satanás mostraba todo su refinado arsenal a
fin de impresionarme.

Cuándo finalizó la Oda a la alegría,
Azul movió su mano derecha en forma de abanico, y
el holograma se esfumó delante de mi atónita
mirada. Momento en que me animé con la pregunta.

-No entiendo eso de abuso de poder por parte de Dios.

-Espero que lo entiendas. Tu dios cometió un error
imperdonable en un creador. Animado  por su propia y
soberbia egolatría, creyó que el hombre era la
más acabada muestra lindante
con la perfección. Una suprema conjunción
electroquímica encastrada en millones de células
con un programa
independiente cada una, sometidas todas a un cerebro maravilloso,
alter ego de su creación. Semejante muestra de
perfección artesanal -debo reconocer que tu dios  se
encargó de armar una por una las moléculas como
libros
activos de un
conocimiento
preciso y sin fisuras – le dieron la convicción de que el
hombre sería capaz de convertirse en un ser
autónomo, capaz de manejar  los fabulosos poderes con
los cuales había sido dotado. Para usar un término
bien humano, pastor, tu dios apostó a ganador con el
hombre. ¡Nada de cadenas! ¡Cero de sujeción a
sus resortes morales! ¡Viva el libre albedrío!

 -Para eso nos dio como contralor  nuestra propia
conciencia… –
argüí un tanto a la defensiva. 

-¿De qué contralor me hablas, pastor? ¿De
qué contralor? Vuestros ancestros han edificado toda la
historia de tu
raza sobre una enorme pira de cadáveres. Latrocinios,
engaños, hipocresías, asesinatos… Hombre contra
hombre. Hermano contra hermano…  Pueblos enteros
masacrados. Guerras en
cadena; guerras locales; individuos  solitarios que
asesinan  sujetos a esa  impronta de exterminio
demencial; terrorismo
tomando a tu dios como bandera- si no fuere trágico,
movería a risa-; atentados en masa;
¿continúo? Sin duda, algo le salió mal a tu
dios cuándo conformó ese complejo conglomerado de
ADN; alguna fisura llevó la clave equivocada a
ciertas neuronas responsables de la conducta, y la
supuesta obra perfecta ¡crash! , comenzó a
resquebrajarse, infecta por las pústulas del mal.
¿Consecuencias? El hombre se ha vuelto contra sí
mismo, como consumado depredador de su especie. ¡El
único animal de la naturaleza que mata por placer!
¡Y esto sucede, en medio de leyes que imponen
la pena de muerte
a sus actos de felonía! ¿Qué clase de obra
perfecta crees que ha hecho dios con vosotros? Sal a la calle y
verás en las miradas de tus supuestos hermanos, el odio
fratricida. Deroga todas las leyes de contención de los
instintos, y os puedo asegurar que en menos de un mes del
calendario terrestre, vuestra preciada humanidad será un
triste recuerdo…

Sorpresivamente, escuché ruido de pasos
provenientes de los sectores de la galería que
conducían al paraíso. Miré hacia la puerta
en el instante en que ésta era abierta por un hombre rubio
y de gruesos bigotes, que al verme echó la cabeza hacia
atrás.

Señor… -dijo en una mezcla de estupor y
forzada cortesía.

-Discúlpeme…-miré hacia el lugar dónde
levitara Azul, y al notar que éste había
desaparecido, intenté reordenar mi compostura–. Lo
lamento, amigo. Me he dormido.

El hombre pareció darse cuenta que yo no era de
temer.

-¿La música, tal vez…?

-No, no; al contrario. Beethoven forma parte de mi religión musical-
lentamente había comenzado a avanzar en dirección a
los ascensores-. Es que vengo con el sueño atrasado. El
maldito estrés;
tantas preocupaciones  económicas; usted sabe.

-Lo entiendo, señor. No se preocupe.
Permítame-abrió la puerta del ascensor-.Yo tengo
las llaves de la salida de servicio.

Mientras el ascensor bajaba lentamente, le eché una
mirada (no fuere que Satanás se hubiera mimetizado en ese
empleado de maestranza): cara cuadrada, mentón
saliente que lucía un hoyuelo pronunciado; bigotes
gruesos cayendo en cadena hasta el maxilar, y ojos de un gris
oscuro que parecían esconder una mirada turbia, casi
provocativa.

"Liberad las leyes que sujetan la condición humana y
todo hombre se convertirá  en un asesino"

No era la frase exacta disparada por Azul, pero las
palabras aspiraban eran parte de la misma sentencia.

Miré nuevamente al hombre y vi que tenía
en una mano una cuchilla puntiaguda y panzona, como la que
utilizan los carniceros para despostar las medias reses.

La mirada continuaba suspendida en la nada, y por momentos,
volvía a  mi cuerpo en un moroso recorrido. Luego lo
vi con un revólver. "Es un 38 largo", pensé.
Al instante, el empleado del Colón, portaba una 
Mágnum, la temible 357. Entre todas las secuencias,
habrían transcurrido unos 20 segundos

Al llegar a la planta baja, me acompañó hasta la
puerta, y luego de hacer girar dos veces la llave, me
pareció que me despedía con una sonrisa indulgente,
entreabriendo sus labios gordos y morados.

Sentí de pronto  que una mano zamarreaba uno de
mis hombros.

-Le ruego que me perdone, pero hace más de una hora que
lo veo dormitar y pensé que…

Sacudí mi cabeza. No estaba Azul ni el hombre
rubio de bigotes cadena y tampoco me encontraba en el teatro
Colón. Aún en medio de las imágenes
difusas producidas a consecuencia de mi modorra, alcancé a
ver una mujer alta y
bella que me hablaba en acento ruso (no sé por qué
pero pensé que era rusa).

Poco a poco, la escenografía de la confitería
del Hotel Presidente fue
incorporándose a mis retinas perezosas. ¡Al fin
había vuelto a la realidad!

Efectivamente, la camarera había llegado un año
atrás de Ucrania y el farragoso español no
podía sustraerse a la fuerte fonología de las
lenguas
eslavas.

Cuándo miré el reloj, me sorprendí al
comprobar que llevaba cuatro horas en la confitería, lugar
al cuál había concurrido invitado por un grupo de
pastores cordobeses que habían asistido al Congreso.

Mientras abonaba la consumición, recordé la
acalorada disputa que habíamos tenido, a propósito
de la obra de Dios; sin duda aquello había devenido
en el sueño con Azul.

Por Cerrito, caminé hacia la avenida de Mayo, con la
intención de abordar el subterráneo de la
línea A.

La noche se mostraba particularmente oscura, en medio de un
cielo de color índigo.

El fulgor de las luces de la avenida y la de los carteles
publicitarios, apenas dejaban entrever los puntos un tanto
difusos de escasas estrellas.

Siendo medianoche, me llamó la atención ver a
inusual cantidad de transeúntes. Todos caminaban de prisa
girando la cabeza a diestro y siniestro (parecía un acto
reflejo habida cuenta que yo mismo repetía esa especie de
ritual colectivo). Varias veces giré la vista, empujado
por una extraña aprehensión. Raro en un creyente,
para quien el temor pertenecía al pasado. Sin embargo, por
momentos, tenía la impresión de cargar en una
imaginaria mochila a un ser inasible y ominoso.

Al acercarme a la intersección con la avenida
Corrientes, comencé a percibir el rumoroso sonido de
voces, con un trasfondo de golpes metálicos y
estridentes.

Cada tanto, el ulular de sirenas lejanas-ambulancias, de
bomberos o meramente policíacas, no lo sé-
hendían el aire de la noche con sus lúgubres
sonidos.

A medida que me acercaba al obelisco ("Pene sin
profiláctico" "Símbolo fálico de los
porteños fornicadores", al decir de mi amigo escritor)
recién me percaté de un espectacular despliegue
policial.

Al llegar a la avenida Corrientes debí
detenerme: sobre las dos esquinas opuestas de Cerrito, vi
estacionados varios patrulleros de la Federal, acompañados
de una brigada de motociclistas de la división anti-
disturbios.

Apostados sobre la esquina de la Diagonal Norte, se hallaban
dos vehículos con tropas de infantería, 
mientras  decenas de uniformados se movían presurosos
tratando de cortar el tránsito que circulaba por la 9 de
Julio y sus adyacencias.

Miré hacia el lado de la avenida Callao, justo en los
momentos que la columna que se desplazaba por la avenida
Corrientes, cruzaba la calle Libertad. Se
trataba de  una compacta muchedumbre que avanzaba de manera
ruidosa – cacerolas, tapas y todo tipo de objetos
metálicos, eran aporreados por la multitud – en medio de
consignas hostiles. "¡Qué se vayan todos!"
¡"Ladrones!" "¡Fuera ya!". "¡Devuelvan la
plata!" "¡Bancos ladrones!" "No al corralito"
, algunas
de las frases de la furia verbal de los manifestantes.

Cuándo le pregunté a un transeúnte si
sabía adónde se dirigía aquella multitud, me
dijo que marchaban hacia Plaza de Mayo.

Durante casi una hora, pasaron delante de mis ojos, elegantes
señoras empujando elegantes cochecitos de
bebé; señoritas elegantes luciendo finas
ropas, y señores elegantemente pulcros.

Cuándo pasó el último de los
manifestantes portando un cartelón con la leyenda "De
La Rúa duerme",
me apresuré a cruzar la calle
rumbo a la avenida de Mayo.

Al llegar a la más española de las calles
porteñas, me topé con otra ruidosa marcha, salvo
que, en este caso, los manifestantes volvían de la Plaza
de Mayo.

A pocos metros del ingreso a la estación del subte, me
detuve unos minutos a contemplar su paso: mujeres y
hombres de piel cetrina, algunos con vestigios aborígenes
en sus rostros. Muchachos con el torso desnudo, caminando en
forma desafiante-circulaban con la cara cubierta por un
pasamontañas- portando palos de regulares dimensiones,
esgrimidos amenazadoramente.

Vi también parejas empujando a destartalados cochecitos
de bebé, con criaturas que berreaban o dormitaban en su
interior.

La multitud avanzaba casi en silencio – como si el derroche de
gargantas se hubiera desgastado en la mismísima Plaza -,
aunque alzaban con firmeza las pancartas.

"¡Tenemos hambre!". "¡Queremos
trabajo!". " "¡Son todos ladrones!" "Corriente Clasista
Combativa" "P.O." "¡Viva la lucha piquetera!"

Al llegar con el  86 a Once- el subte había dejado
de funcionar – tuve suerte: el último servicio de
la 52, salía en ese momento rumbo a Luján.

Una hora y cincuenta minutos después, descendía
en la estación La Fraternidad.-creo que ya les
había comentado que mi amigo escritor alquilaba una casa
quinta en aquel lejano paraje – en momentos en que en mi reloj vi
que faltaban cinco minutos para las dos de la mañana.

Durante las 4 cuadras que me separaban de"Villa María",
caminé en soledad acompañado de los ladridos de los
perros que
marcaban celosamente sus territorios.

Sobre el portón de entrada de la finca, Brandy-el
ovejero que había olfateado desde lejos mi presencia –
meneaba el rabo y giraba sobre sí mismo como un
trompo.

Decidido, avancé en medio de una doble hilera de
casuarinas mientras otros dos pequeños perros de
indescifrable raza, rasgaban la penumbra con ladridos
cortos  y acompasados.

Al llegar a la altura del quincho, vi que López
Gómez se asomaba desde la puerta de la particular cocina
de la casa (acoto lo de particular, porque la propiedad
carecía de cocina en su nave central, y ésta
había sido acondicionada en un galpón, a unos 30
metros de la fachada principal); enseguida pensé que no se
había acostado preocupado por mi tardanza.

-¿Qué hacés levantado, gallego?

-¿Qué te pasó que llegaste tan tarde?-
preguntó a su vez.

-Si te cuento,
té ponés a escribir. Es para una novela. ¿Y
Francisco? ¿Cómo anduvo hoy?

-Un poco mejor. Se castigó todo el día  en
la pileta. Debe haberse metido cada media hora.
También…, con el calor que
hizo…

-Bueno, si no te enojás, yo me voy a cebar unos mates
antes de ir a dormir.

-Te acompaño. Estoy como desvelado -López
Gómez, servicial como siempre, ya había colocado la
pava sobre el fuego-.¡Ah…!, Cachi…, ¿por
qué me dejaste escrita esa cita bíblica?

-¿Cita bíblica…?- imaginé que miraba a
mi amigo con un gesto de incredulidad- ¿Me estás
cargando? ¿De qué cita me hablás?

-De ésta – López Gómez, detrás de
la mesa, me alcanzaba una hoja escrita.

Me puse a leer:

 "Lo arrebatas como con torrente de

Aguas;

 son como sueño,

Como  la hierba que crece en la

mañana.

En la mañana florece y crece;

A la tarde es cortada, y se seca.

Porque con tu furor somos

consumidos,

Y con tu ira somos turbados.

Pusiste nuestras maldades delante de

Ti.

Nuestros yerros a la luz de tu rostro.

 

Salmo 90. Vers. 5, 6,7,y 8.

 

PD) Pastor: Lo inexplicable es explicable a la luz de otra
dimensión para el espíritu. Volveremos a
vernos.

"Azul."

 

 

 

 

 

Autor:

José Manuel López Gómez

Web del autor:

Partes: 1, 2
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